4 POEMAZOS DE RENÉ NOVOA
René Novoa escribe versos con la misma dignidad con la que vive. En su mirada brilla algo que la mayoría de los hombres de estos tiempos han perdido: la paz en el alma. Vive con modestia, escribe con rabia, pero con belleza.
“Es un poeta amoroso, pero no solo en lo que se refiere a la pareja, sino también a la familia, a lo cotidiano, al asombro y a todo aquello que de un modo u otro es posible con el lenguaje poético. No es, sin embargo, el lenguaje poético que se intenta, que se busca, sino aquel que se convierte en hallazgo y en algo muy humano”.
Palabras del escritor hondureño nacionalizado costarricense Dennis Ávila, quien conoce muy bien la obra de René Novoa.
Yo he platicado varias veces con el Poeta Novoa. Hablamos de periodismo, de los días terribles del presente… y del pasado. De sus amigos (escritores, músicos, pintores, suicidas).
Soy mayor que él, pero él es más sabio, más profundo, más pausado. Es como un monje budista, pero con pelo largo. Y yo lo quiero mucho.
#1 SOLEDADES
Hay soledades
que de tanta compañía están solas,
soledades que se nos marchitan en los labios,
soledades benignas,
soledades de a pie,
soledades que nos atrapan en el centro de una cama
y a la orilla de una hora,
soledades que invocan un llamado,
soledades giratorias,
soledades en voz baja,
soledades en los baños.
Hay soledades que espantan fechas y animales,
soledades que se ocultan en un puño,
soledades que no se cansan de esperar,
soledades compartidas,
soledades a medias,
soledades en un lente,
soledades que se deslizan por una espalda de mujer,
soledades que cierran los ojos,
soledades que aún fuman en la ventana.
Hay soledades que detesto por pequeñas
y porque sólo existen cuando vos estás dormida
o cuando yo camino lento.
#2 INSISTIENDO EN EL TEMA
Ella era transparente y azul e intempestiva,
era de granito, de últimos consejos del abuelo
y de cometa que se rompe en el recuerdo.
Llegaba tarde, pero no puedo culparla
porque al acercarse me devolvía las manos.
Descubrió que las huellas son palabras abandonadas
por alguien que no pudo quedarse,
descubrió –también– que al dormir
somos esos que buscamos despiertos.
Había en sus manos cierto de otros que no cesa,
cierto de noticias cargadas de tinta y de balas,
cierto de mí que no retorna.
Había en sus labios cierto de distancia
–distancia de nombres, no de pasos–
que sólo puede ser medida con mis venas.
Había en ella cierto amanecer junto a mis noches.
Ella, aguacero que corta,
partitura del viento,
metáfora de mi soledad;
ella, que aparece cuando quiero extrañarla,
ella, que se deja amar y abre los ojos,
ella que jura que me detesta.
Ella, la que era,
quien fuera,
ha despertado, hoy, en mi cama.
#3 KAMIKAZES
Un hombre puede elegir cuándo caer,
profunda, estrepitosamente,
caer con sus palabras,
con las promesas que dejó en el cielo.
Puede dormir una tarde
mientras estallan dos pájaros,
llevándose la alegría de los locos.
Puede mutilarse los brazos
para que no lo habite la mañana;
perder la voz, perderlo todo,
intercambiar recuerdos con los años,
alejarse cualquier día.
Una mujer puede sentirse sola,
gritar cuando la asfixia el tiempo,
construir un espacio con los epitafios del mundo,
aburrirse que la condenen a un poema;
puede cambiar de calle,
aunque sepa que abandona un latido.
Puede renunciar a la idolatría de sus pies,
cansarse cuando le canten a sus ojos
y no a los eslabones de su sombra,
dibujar una balsa
para detener las estaciones,
desatarse las manos
para que llueva en su vientre.
Un hombre y una mujer
pueden descubrirse el uno al otro,
deben hacerlo,
ser kamikazes
y lanzarse desde sus bocas
para caer sobre sus cuerpos.
#4 PANIC AVENUE
En esta calle habita el horror:
lo he visto en los ojos de una mujer
que suplica por su vida frente a un arma,
en los niños que duermen entre calles
y en el maquillaje de las esquinas.
Aquí se pudren los calendarios
y las adolescentes se borran poco a poco;
el sol es tan sólo una metáfora
o una gris mentira de la muerte.
Esta calle sabe a espanto.
La transitan ancianos sin ojos y sin sueños,
traficantes de ansiolíticos
y, de vez en cuando, algún ciberpoeta.
Parece que la construyeron de golpe… y de golpes.
Es cierto:
nadie pidió nacer en esta calle,
pero cómo duele hasta en las vísceras cuando nos alejamos un poco.
Que nos dejen sobremorir con nuestra miseria diaria,
el café, las mañanas frías, las tardes calurosas,
las noches horrorosamente solas;
con nuestro licor barato,
el concierto de piedras y de balas;
rostros familiares en los bolsillos.
Que nos dejen celebrar resúmenes deportivos los domingos por la noche
o ir a la cama sin saber qué comeremos al día siguiente;
con la llamada puntual de los acreedores a fin de mes,
con el pantalón de hace tres días,
con las paredes rayadas, con la fila del taxi,
con más desempleados que conquistas colectivas
y con la promesa que pronto amanecerá.
Es cierto, nadie pidió venir,
pero esta calle nos pertenece:
somos los herederos del pánico.
A: Juan Carlos Zelaya
¿QUIÉN ES RENÉ NOVOA?
Tegucigalpa, Honduras, 1976. Integra la Sociedad Literaria de Honduras (Soliho), la Red Mundial de Escritores en Español (Redes) y la Comunidad de Escritores y Poetas. Sus poemas han sido publicados en diarios y revistas hondureñas, así como en la revista chilena Los poetas del 5 y en la revista alemana Portuñol.
Integra las antologías Colección Sensibilidades, Ourense, Madrid, 2002 (primer lugar); Letras Libres, Letras Libres y Libros de Autor, Ourense, Madrid, 2005 (primer lugar); Papel de Oficio, PaísPoesible, Tegucigalpa, Honduras, 2005;
Sociedad Anónima, Paíspoesible, Tegucigalpa, Honduras, 2007; El mundo lleva alas, Voces de Hoy, Miami, Estados Unidos, 2009 (primer lugar compartido), y La nación generosa: 111 rutas al otro lado del mar, La Galla Ciencia, Murcia, España, 2015.
3 POEMAS AFROS DE CLAUDIO BARRERA
Claudio Barrera: su verdadero nombre era Vicente Alemán. Poeta, dramaturgo y periodista nacido en La Ceiba el 17 de septiembre de 1912. Fue el más destacado integrante de la llamada GENERACIÓN DEL 35. Premio Nacional de Literatura Ramón Rosa en 1954. Falleció en España el 14 de noviembre de 1971.
#1 LA DANZA DEL CARIBE DEL YANCUNÚ
Zumba la cumba del Yancunú
caribe danza,
danza africana,
ritmo del viejo ritmo vudú.
Camasque cría sus negros zambos.
Zambas que danzan al son del tun.
Suda que brinca,
brinca que suda,
mientras trepidan por las rodillas
los caracoles del Yancunú.
Tun y tun y tun
van repitiendo.
Y el zambo zumba su bombo ronco
como eco recio del africano
rito pagano,
rito vudú.
África grita,
tiembla y trepita:
Tun y tun y tun...
Los negros zumban junto a sus bombos.
Danzan y sudan
zambas y zambos
entre el escándalo del Yancunú.
Oh, dios rabioso.
que tumba y zumba
tienes el alma de un misterioso
temblor pagano con su tabú.
Rito africano
que allá en Camasque
tiene el desastre
de las marinas conchas rosadas
del Yancunú.
Tun y tun y tun
van repitiendo.
Y el mar contesta de tumbo a tumbo
la misma música de Tumbuctú
y entre la playa se ve lo negro
del rito orático del tun y tun...
Los cocos silban despavoridos
al ver la danza del Yancunú,
mientras contestan los hicacales
el ronco acento del tun... tun... tun…
#2 EL SON EN PUERTO LIMÓN
Música, danza y el son,
bailan en Puerto Limón
ritmos de fiebre y carbón.
Los negros llenos de sal
sudando le dan al son
un ritmo muy especial.
Están locos en Limón
retorciéndose al danzar.
Es una danza de negros
-humo, mujeres y alcohol-
un olor de los infiernos
-relámpagos de charol-
gritos de negras borrachas
alaridos del trombón.
Una negra retorcida
va apretando más el son.
Se le escapa la cintura
con un extraño rubor
y un negro desencajado
la aprieta a su corazón.
Están locos en Limón
retorciéndose al danzar.
En los Baños canta el mar
una orática canción,
y los negros al danzar
tienen la fiebre del son.
“Ay, mamá Inés,
Ay, mamá Inés,
Todos los negros tomamos café”.
Y alza por los dedos finos
de una mano de carbón,
el ámbar de la cerveza
y la canela del ron.
Y una mula al pasar
muestra los dientes más blancos
que dos terrones de sal.
“Se va el caimán,
se va el caimán,
se va para barranquilla”.
Y gritan negros borrachos
-humo, mujeres y alcohol-,
y se embadurna la noche
con siluetas de charol.
Cinturas que se golpean
manos crispadas al son…
senos al viento, parados
como dos copas de ron.
Los ojos casi brotados
las piernas en la flexión
vibran, como alambres rotos
de una vieja instalación.
Música y fiebre en el bar.
Como una diástole el bongó.
Como un grito del saxofón,
como una lluvia el tambor.
Sigue y sigue y sigue más,
porque la danza es así;
locura fiebre y carbón.
Están locos en Limón
-humo, mujeres y alcohol-,
una danza de charol
se va retorciéndose al son.
Los borrachos en el bar
van gritando una canción
y hasta el mar, el mar, el mar
los acompaña el son.
Están locos en Limón
retorciéndose al danzar.
#3 MANIFIESTO
Camarada negro:
No hay razón en decir con James Corrother:
“el ser de tu color implica pedir perdón”.
¡No, Negro, no!
Un coro de mujeres de Sccottsboro
dejó huella de lágrima en tu raza.
¡Levántate!
Una huida de sangre repartida
dejó huella de llanto en Abisinia.
¡Levántate!
Harlem sabe de la ley de Linch
y no ha llorado aún.
¡Levántate!
En el muelle te duermes satisfecho
porque pronto habrá barco…
Amaneces con la carga
que ha de enriquecer el blanco,
y enseguida -en las noches-
en cualquier bar de barrio
acabas de hacer negra tu desidia…
y se enmudece para siempre al coro,
de las mujeres de Sccottsboro
y los hombres de Abisinia.
Negro:
Piensa que tu tierra es prestada.
Te la ha prestado el blanco
y a cambio
le has dado tú el sudor
y la ayuda de tus músculos
sin protestar,
y sin embargo, el blanco
para humillarte más,
te pide más.
Negro: levanta el puño. Haz que en el muelle
se detengan los barcos.
Que no haya ley de Linch.
Que tu color no implique pedir perdón.
Únete al destino de los que marchan al mañana,
bajo la luz del alba,
viviendo libremente bajo el sol.
Camarada:
No detengas la marcha.
Comenzó en la Siberia. Ha seguido en España
y hoy que cruza la América
quítate ese color nocturno y triste
y únete a nuestra marcha,
donde el color es algo vano,
y donde tengas el derecho
de triunfar codo a codo
o morir como hermano.
Negro Camarada:
No detengas la marcha con tu desidia.
Alza el puño y únete al coro
de las mujeres de Sccottboro
y de los hombres de Abisinia.
CLEMENTINA
Debía tener una invitación de su puño y letra y, ante todo, había que ser amigo suyo; pero yo solo contaba con mi vieja y santa gana de conocerla. Así llegué a su casa, al amparo de Luis H. Padilla, su amigo del alma.
Clementina celebraba esa noche su cumpleaños equis con un fiestón entre dionisíaco y pantagruélico, y allí se hallaba reunida la crema y nata de la vía láctea tegucigalpense: todas sus amistades y uno que otro intruso, que, como yo, corría el riesgo de una expulsión bochornosa.
La vi al nomás entrar, y cuantas veces pude rehuí su mirada vivaracha y rotunda. Se movía como una deidad entre abrazos fraternos y rostros ambiguos, entre voces y risas pringadas de ron y vino de coyol.
Admiré desde entonces esa elegancia silvestre con que solía sortear la tontería ambiente y me sedujo para siempre su habla arrebatada y firme, áspera y jovial, según venía al caso.
Llegado el momento más esperado y, a la vez, temido por mí, le extendí mi mano franca mientras le balbuceaba una especie de saludo.
Recién había expulsado a unos cuantos en su mejor estilo olanchano y yo esperaba igual suerte; pero no; la bella Clemen me entregó sus dos manos en son de amistad. Me quedé, pues en su fiesta y ella se quedó para siempre en mi corazón.
Como todo el mundo, Clementina profesaba sus filias y sus fobias. Quería a sus amigos con pasión materna y los prodigaba de finuras y alabanzas de frente o a sus espaldas.
Despiadada y procaz, era, en cambio, con el adversario o el malnacido. Fue, sin duda, una dama correcta y educada, propensa a los antojos mundanos y exquisitos; pero al menos asomo a su derredor de infamia o deslealtad afloraba en su pecho la armadura indócil y rebele de su estirpe.
Su anecdotario al respecto es único, irrepetible, por más que las comadres pretendan remedar su vida y obra.
Frecuentemente acudo a su poesía rutilante, sediciosa y sensual, en sus versos me adentro sin reservas como en una fiesta a la que Clemen me invita de su puño y letra. Y vuelvo a conocerla.
(Por Rigoberto Paredes).
¿QUÉ HUBIERA SIDO DE VOS, POETA MOLINA?
“El hombre querido de los dioses muere pronto”, señaló el poeta Juan Ramón Molina al lamentar la partida de Manuel Molina Vijil, el poeta que se suicidó a los treinta años.
Molina no tenía por qué imaginar que la célebre del autor griego Menandro (“Aquellos a quienes los dioses aman mueren jóvenes”), también se haría realidad en él.
Con tan solo treinta y tres años, Molina, “el alma gemela de Rubén Darío”, en palabras del Premio Nóbel de Literatura, Miguel Ángel Asturias, falleció en una cantina de mala muerte de El Salvador y dejó inconclusa su obra.
¿Qué hubiera sido del poeta que escribió Pesca de Sirenas, Salutación a los poetas brasileños, A una muerta y Águilas y Cóndores, de no haber muerto en la cantina Estados Unidos, ubicada en Alcahuaca, hoy Ciudad Delgado?
“Es una pregunta que siempre nos hemos hecho, así como en los casos de Lorca, Poe y otros genios que murieron siendo jóvenes”, dice el poeta Denis Ávila, nacido en Tegucigalpa, pero con domicilio en San José, Costa Rica.
Perdimos a un gran autor -agrega el autor de los libros de poesía La infancia es una película de culto, Excesos milenarios y Ropa Americana, entre otros-. Su obra habría llegado al “Excélsior” más alto de la literatura.
(Excélsior es uno de los poemas de Molina).
“No existe riesgo crítico alguno al señalarlo como el más grande poeta modernista centroamericano -después de Rubén Darío-, y uno de los más valiosos de América”. Julio Escoto/Escritor.
Escoto, uno de los intelectuales más respetados del país, expone que “Molina logró colocarse por uno o dos poemas a la altura de la talla de Darío”.
El propio Escoto, sin embargo, advierte en su artículo Juan Ramón Molina, poeta del modernismo centroamericano, que “No alcanzó más por falta de oportunidades y por falta de disciplina típicamente tropical”.
Continúa refiriéndose a Molina con esta frase contundente: “Fue un león que nunca desarrolló sus músculos; un águila que sobrevoló en círculos”.
“Por eso, Rigoberto Paredes definió a Molina como el gran escritor que no pudo ser”. Óscar Estrada/Escritor y editor
Para Estrada, de Editorial Cassasola, “la gran tragedia de Molina es que murió a los treinta y tres años”.
Y a la pregunta de que si considera que Molina superó en algún momento a Molina, Estrada dice: “No”.
Agrega: “No creo que Molina superó nunca la calidad literaria de Rubén Darío, quien, además de su genialidad, tuvo acceso a la cultura desde muy joven, se fue a los 17 años y volvió solo para su muerte casi a los 50. El contacto con el mundo le permitió desarrollar una literatura mucho más complejo y universal”.
Molina -continúa exponiendo Estrada-, también era genial, pero se desarrolló con la limitante de Tegucigalpa. A eso hay que agregarle que Darío vivió quince años más.
Estrada, autor del libro El pescador de sirenas, la vida poética de Juan Ramón Molina, remata diciendo: “Pudo haber sido un escritor mucho más importante de lo que logró en otro contexto de país y con una vida más larga”.
¿Qué hubiera sido de vos, Molina, de no haber muerto a los treinta y tres años?
No quiero ni imaginármelo.
(Por Óscar Flores López)